La ficción de cable de Estados Unidos está en decadencia. La audiencia apenas ve series en directo: da prioridad al diferido y a las propuestas que llegan del streaming. Así es prácticamente imposible amortizar una serie con los ingresos de publicidad menguantes de unos canales cada vez más minoritarios. Incluso los canales generalistas tienen que hacer malabares para mantener sus producciones en antena. Pero hubo un momento en el que los canales de cable marcaban la agenda: allí estaban las series de culto, los fenómenos de verano, los tesoros aclamados por la crítica. Y, en esa oleada de ficción al margen de la televisión generalista, destacó una escuela de televisión: las series blue skies o, como podemos traducir aquí, las series de cielos azules, que están dando una lección de humildad al streaming.
Era 2005 cuando el canal USA Network relanzó la marca con una campaña de marketing que avisaba que los personajes eran bienvenidos allí (“Characters Welcome”, decían). Hasta ese momento habían estrenado propuestas de género y de nicho como La femme Nikita, La zona muerta o Los 4400, pero buscaban un cambio de reconocimiento entre la audiencia a tenor del éxito de Monk, estrenada en 2002. Era una serie de asesinatos que mezclaba humor y drama. Tony Shalhoub interpretaba a un excéntrico detective que resolvía crímenes mientras investigaba la muerte de su esposa y, bueno, se sobreponía a sus 312 fobias. Los tres premios Emmy de Shalhoub al mejor actor de comedia, además, confirmaron que era compatible producir un contenido light y ser respetado.
En esta línea apareció, por ejemplo, Psych en 2006. Se estrenó en verano, aprovechando el tirón de Monk, para continuar llevando los asesinatos al terreno de la comedia. Shawn Spencer (James Roday), con la ayuda de Burton Guster (Dulé Hill), se hacía pasar por un hombre con habilidades psíquicas para resolver casos aunque en realidad solamente tenía grandes dotes de observación, aprendidos de su padre. Así comenzó el reinado veraniego de USA Network, que emitía una decena de episodios entre julio y agosto para después emitir un arco de cinco episodios en invierno.
Con la llegada de Burn notice en 2007, de In plain sight en 2008, Royal pains y White collar en 2009 y Covert affairs en 2010, este reinado solo hizo que consolidarse. En Burn Notice, Jeffrey Donovan era un exespía que ejercía de detective privado en Miami. En In plain sight, Mary McCormack cuidaba de ciudadanos en el servicio de protección de testigos en Nuevo México. En Royal pains, Mark Feuerstein era un médico caído en desgracia que se reinventaba como médico para los veraneantes ultra-ricos de los Hamptons. En White Collar, Matt Bomer era un ladrón que evitaba ir a prisión ayudando al FBI. Y, en Covert affairs, Piper Perabo era una agente de campo de la CIA con un enlace experto en tecnología y ciego.
Estas series llevaron a los medios a utilizar la expresión “blue skies” al referirse a ellas: eran propuestas pensadas para el verano con protagonistas simpáticos, donde los casos semanales se combinaban con tramas de personajes ligeras, y a menudo localizadas en sitios con cielos azules que evocaban el verano. Era una corriente que actuaba como antítesis de, por ejemplo, un canal de pago como HBO: no se buscaban historias rompedoras sino simplemente atraer al público en unos meses donde la televisión generalista desatendía su programación. El precio por episodio, además, era menor que el de series emitidas en abierto como Anatomía de Grey, Ley y orden o El mentalista.
En 2011, con la llegada de Suits, esta era de los cielos azules llegó a su apogeo. Mike Ross (Patrick J. Adams), un joven con memoria fotográfica, se presentaba a una oferta de trabajo en uno de los principales bufetes de Nueva York. Allí le aceptaba Harvey Specter (Gabriel Macht) a pesar de descubrir su secreto: Mike puede ser un genio, puede tener más talento que ninguna otra persona que conozca para el derecho, pero tiene un título de graduado fraudulento.
Los directivos, como decíamos, tenían clara su prioridad. Estrenaban las temporadas entre julio y agosto cuando el espectador medio tenía más tendencia a desertar de las propuestas generalistas. Después, una vez se hacían un hueco en el imaginario del espectador, estrenaban tandas de episodios en otoño, invierno o primavera para extender el dominio del canal más allá del verano. Con esta mentalidad, USA Network fue el canal de cable más visto durante 14 temporadas consecutivas y no tuvo problemas en vender las producciones en el mercado internacional, permitiendo que fueran rentables.
Sin embargo, como sucede con cualquier monarca, el reinado terminó. Es fácil determinar el momento exacto. USA Network había encontrado la receta ligera perfecta en contraposición a los dramas adultos de otros canales de cable pero, con la progresiva bajada en audiencia de sus series insignia, decidió adentrarse en el mismo terreno con el estreno de Mr Robot en 2015. El canal quería captar el público millenial y, según indicaban sus estudios, los jóvenes de la época buscaban propuestas más arriesgadas, más oscuras y moralmente más ambivalentes.
Con Mr Robot, el creador Sam Esmail arriesgaba con una serie antisistema sobre un ingeniero en ciberseguridad con problemas de salud mental. Era un rompecabezas lento y paranoico que se hizo con el Globo de Oro a la mejor serie dramática y tanto el Globo como el Emmy para Rami Malek, que más adelante se llevaría el Oscar por Bohemian Rhapsody. En los años siguientes, Colony, Shooter o The Sinner pudieron tener más o menos éxito pero el dominio de USA Network se acabó con el fin de los cielos azulados y temáticas ligeras, siempre con un toque de comedia.
Lo interesante es que, mientras en su momento el público empezó a dar la espalda a esas propuestas light (ya fuera por cansancio, cambio de gustos o de costumbres, o falta de relevos que estuvieran a la altura), ahora esos cielos azules vuelven a estar de moda. El caso paradigmático es Suits: Netflix introdujo las primeras temporadas en el catálogo y, de repente, pasó a ser la sensación del streaming. Los análisis de audiencia de EE.UU. indican que fue el contenido más visto de 2023, en parte por los maratones que se pegaban los espectadores, en parte por los 134 episodios que tenía la serie de abogados.
Netflix (y el resto de plataformas rivales) se podían llevar una buena lección: quizá habían destinado años a producir series de pocos episodios, a menudo con tramas enrevesadas, pero un sector significativo de la audiencia continuaba anhelando historias episódicas, tramas fáciles de seguir y un porrón de episodios para tener una constancia televisiva. Este éxito de Suits, además, está desatando consecuencias. Aaron Korsh, el creador, ya produce un spin-off ambientado en Los Angeles mientras se plantea relanzar la serie original: Patrick J. Adams dice estar listo para volver como Mike Ross.
Al ver que los 81 episodios de White Collar también funcionan especialmente bien en el streaming, ya está en marcha un reboot con el elenco original encabezado por Matt Bomer. Y, después de resucitar Psych o Monk con películas para televisión pensadas para atraer a los antiguos espectadores a Peacock, la plataforma de contenidos de NBCUniversal que tiene USA Network, ahora quieren volver a producir series blue skies que recuerden a las series ya mencionadas.
La idea es imitar el modelo de distribución de Disney con la ficción de FX, que después tiene un mayor recorrido en la plataforma de streaming Hulu, y asumir que los episodios producidos serán tanto un activo para el canal de cable como en la plataforma de Peacock. Tienen en desarrollo proyectos de ficción con un precio por episodio apretado de entre 2 y 3 millones de dólares, argumentos “frescos” en el sentido más ligero de la palabra y que deberían llegar a la parrilla de USA Network y al catálogo de Peacock a partir de 2025.
Estos cielos azules están recordando a la industria televisiva que el espectador a menudo solamente busca comedias y dramas ligeros con suficientes episodios como para sentir que los personajes forman parte de su familia. Es una tendencia que tampoco sorprende: ya informamos de la involución del streaming, que cada vez busca recetas más convencionales después de irrumpir en el audiovisual con fórmulas y tramas para llamar la atención. O sea, no siempre se necesitan fenómenos que desaten la conversación para obtener suscriptores y visibilidad: a veces hay suficiente con ofrecer un entretenimiento simpático que dé una sensación de bienestar a quien la consume (durante horas y horas).
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