LA JOVEN REALIZADORA BRITáNICA ROSE GLASS PRESENTA "AMOR, MENTIRAS Y SANGRE"

Con apenas veintinueve años de edad, la realizadora británica Rose Glass le demostró al mundo que tenía un par de ideas interesantes para acercar al subgénero del terror cristiano. En Saint Maud: salvando almas (2019), que en la Argentina tuvo un paso fugaz por plataformas online de alquiler durante la pandemia, Glass erigió una particular versión del calvario y la búsqueda de una posible redención gracias a la historia de una enfermera a domicilio obsesionada con su nueva paciente, una ex-bailarina de alcurnia que atraviesa las últimas etapas de una enfermedad terminal. Abonando las fantasías de la protagonista a partir de sus alucinaciones con mucho de martirologio, pero sin abandonar el terreno de lo terrenal, Saint Maud ofrecía una particular reformulación de tópicos e iconografías bajo una nueva y saludable luz cinematográfica. Cinco años más tarde, la cineasta apoya el segundo ladrillo de su filmografía abandonando el terruño, como así también las referencias terroríficas.

Amor, mentiras y sangre (el título en español abandona el juego de palabras del original Love Lies Bleeding, que es el nombre familiar en inglés de la planta conocida como amaranto y también puede traducirse como “El amor yace sangrando”) viaja al corazón del suroeste estadounidense para sumergirse en las aguas del neo noir, el relato de chicas en estado de rebeldía y la fantasía hiperviolenta, horneando con todos esos elementos de base una historia de supervivencia en un mundo manejado por las fuerzas de la oscuridad. Y las del patriarcado, entendido en este caso tanto de manera simbólica como extremadamente literal. Para darle vida al triángulo central de personajes, Glass consiguió el apoyo de dos nombres de peso. Por un lado, Kristen Stewart, que vuelve a demostrar su interés por participar de proyectos completamente alejados del glamour o el prestigio; por el otro, el enorme Ed Harris, que aquí construye una de las criaturas más desagradables y maliciosas de toda a su carrera, ambos acompañados en papeles secundarios por Dave Franco y Jena Malone. Para completar los tres vértices, la karateca y actriz Katy O'Brian abandonó por un rato su carrera en el cine de superhéroes (fue Jentorra en Ant-Man and the Wasp: Quantumania y Kimball en la serie Agents of S.H.I.E.L.D.) para darle vida a una mujer al mismo tiempo poderosa y frágil, el elemento disruptivo en un universo humano cuyo equilibrio parece sostenido por un puñado de débiles alfileres. Después de participar en los festivales de Sundance y Berlín, Amor, mentiras y sangre, una película sin miedo al ridículo y con un enorme corazón pulp, llega el jueves a las salas de cine locales.

UNA PELÍCULA SOBRE LA AMBICIÓN

No hay nada más alejado de la perfección dark de Bella Swan que la primera imagen de Lou en el comienzo del film de Glass: la joven empleada de un gimnasio de barrio, en algún lugar perdido de Nuevo México, se agacha e introduce todo el brazo en el inodoro con la intención de destaparlo. Lo logra, no sin antes apreciar con orgullo como la masa informe de materia fecal, orín y papel higiénico pulverizado se desliza en forma de espiral hacia el desagüe. Glass no tiene miedo a meter la mano en la mierda y, de alguna manera, esa presentación del personaje define en parte el carácter virulento de su segundo largometraje. En paralelo, Jackie (O'Brian en anabólicos), una chica amante del fisicoculturismo en ruta a un concurso en Las Vegas, conoce al cuñado de Lou y, a través de él, consigue un empleo en un campo de tiro ubicado en las afueras de la ciudad. Que el dueño del lugar sea precisamente el padre de Lou, suerte de mandamás de la región en las sombras apoyado en la connivencia carnal con la policía, no hace más que sentar las bases de los conflictos que no tardarán en aparecer. Antes de que eso ocurra, cuando Lou conoce a Jackie y viceversa, se produce uno de esos chispazos seguidos de combustión que el cine ha explotado a lo largo de toda su historia. Pero estas chicas no se llaman Thelma y Louise, aunque la historia transcurra hacia finales de los años 80, y cualquier intento de definir Amor, mentiras y sangre como un manifiesto feminista para la generación Z cae definitivamente más temprano que tarde.

Es que a Glass no parecen importarle demasiado los “mensajes” o imbricar los elementos del relato de manera tal que queden confortablemente ubicados en los estantes de la corrección discursiva biempensante. Por el contrario, son el sudor, los golpes, las rabietas, los odios, el deseo y, desde luego, la sangre, lo que mueve a los personajes. “La idea de escribir una historia centrada en una fisicoculturista comenzó a dar vueltas durante el montaje de Saint Maud”. En conversación con la revista especializada Filmmaker, Rose Glass relató las idas y vueltas a la hora de encontrar el lugar donde ubicar la acción. “Escribimos el guion junto con la también realizadora Weronika Tofilska, con quien somos amigas desde hace años, y en un primer momento la historia tenía lugar en el Reino Unido, tal vez Escocia. Pero mientras avanzábamos, había algo que nos hacía ruido. Los Estados Unidos parecían un lugar mucho más apropiado, ya que hay personajes que cometen crímenes y hay muchas armas dando vueltas. Además, en cierto sentido, la película trata sobre la ambición, una mirada ligeramente cínica sobre el Sueño Americano. Supongo que también gira alrededor del ego. Había muchos elementos que hacían que los EE.UU. fuesen el sitio más potente para cristalizar el mundo en el cual transcurre el relato. Sin darnos cuenta, Amor, mentiras y sangre se transformó en una película sobre películas, aunque no literalmente. Sin que haya referencias específicas a otros títulos, el público conoce todas esos tropos cinematográficos, y ubicar el relato allí hacía más sencillo poder jugar y subvertir esos elementos de manera más osada”.

“¿No serás una loca heterosexual que quiere experimentar, ¿verdad?” le escupe Lou a Jackie antes de que el sendero de los primeros besos se abra a un contacto mucho más íntimo. Y así, el vínculo entre ambas queda sellado, sin consciencia de que muy pronto los fluidos corporales del deseo le cederán el espacio central a aquel otro que sostiene la vida, al menos cuando circula por las venas. Y los tiros son disparados desde el lugar menos esperado, cuando los golpes que JJ (Franco) suele propinarle a su esposa Beth (Malone) llegan demasiado lejos. Ya a los cuarenta minutos de proyección se produce el efecto catalizador que empuja el resto de las acciones y reacciones. Como si Jackie fuera el brazo ejecutor de los deseos reprimidos de Lou, una suerte de Mr. Hyde o Increíble Hulk que no emerge del cuerpo del Dr. Jekyll o de su colega en la profesión David Banner sino del espacio circundante. Así, Amor, mentiras y sangre se transforma en una particular versión del film de venganza que incluye cuerpos diseminados en la naturaleza más salvaje, viajes relámpago a Las Vegas, amenazas que van más allá del lógico reto y penitencia paternas y una estructura de pesadilla, de callejón sin otra salida que la violencia, que la realizadora construye de menor a mayor, escalando el nivel de salvajismo y, sí, también el de disparate. Como en un viejo policial negro en el cual el relato comienza a complicarse hasta límites insospechados y los personajes no terminan de caer en la cuenta de que cada paso que dan los enreda aún más en el centro de un laberinto sin salida a la vista. Como si la propia película se fuera inyectando dosis cada vez mayores de esos anabólicos que Lou le regala a Jackie para potenciar sus músculos antes de la competencia en Las Vegas.

En la entrevista mencionada, Glass afirma que no está segura de que la película caiga necesariamente en la categoría lesbian pulp que muchas reseñas señalaron como algo evidente. “En cierto momento del film se ve fugazmente la portada del libro Macho Sluts, de Pat Califia, que incluye un puñado de historias eróticas breves muy buenas y muy BDSM. Incluso pensamos que ese podía ser un buen título para la película. Pero también son una enorme fan de John Waters y su obra fue una de las influencias. También Diario del ladrón, el libro de Jean Genet, que leí hace un tiempo. Creo que hay una conexión entre Waters y Genet, su actitud respecto de la transgresión y el crimen como algo bello. En cierto momento quise que el personaje de Lou tuviera colgado en su departamento un poster de Female Trouble, el film de Waters, pero no pudimos por cuestiones de derechos”.

EL AMOR ES MÁS FUERTE

El pelado de pelo largo (no hay contradicción en los términos) que encarna Ed Harris es un hombre con historia (criminal) y un presente en el cual el statu quo debe ser sostenido cueste lo que cuesta y caiga quien caiga. Y cuando las papas comienzan a quemar (a quemarse, incluso) el derrotero de las heroínas –no exento de sospechas, alguna crisis y, finalmente, un falso abandono– queda sellado para siempre. Porque el amor es más fuerte, sobre todo si este está basado no solamente en la atracción y el cariño, sino también en los cadáveres aún sangrantes escondidos a presión. La catarsis final (la película es, por sobre todas las cosas, un juego catártico) incluye la fantasía más desbocada. Una fantasía grandota y kitsch, la demolición más absurda del pater familias, a quien le importa poco y nada que su hija sea lesbiana –no hay nada en la película que subraye el tema, es apenas un detalle descriptivo de los personajes– pero sí que las leyes y mandatos sean enfrentados y puestos en duda. Mientras, en los televisores de tubo, las imágenes de la caída del Muro de Berlín reflejan el ocaso de ese pequeño imperio familiar al cual Lou durante mucho tiempo quiso, sin éxito, degradar. Hasta la aparición de Jackie, desde luego, quien entra en el escenario de Las Vegas como una profesional pero termina autosaboteando su participación como una Carrie White sin compañeros que le hagan bullying. Y hablando de Las Vegas y los escenarios, según la propia Rose Glass hay otra película que inesperadamente forma parte del ADN de Amor, mentiras y sangre. “Por supuesto que hay una relación con Corazón salvaje, Thelma y Louise y Escape salvaje, todas esas películas con parejas de amantes y armas de fuego y asesinatos. Pero no quería revisitarlas, era una cuestión de sentir su esencia, más que de tener un montón de referencias visuales. Hay siempre algo intenso y melodramático cuando se tocan esos temas, pero sabía que necesitaba un tono pegajoso, sudoroso. Showgirls es una de esas películas que recuerdo haber visto alguna noche, bien tarde, en la televisión, cuando probablemente era aún demasiado chica para verla. La gente tiene opiniones muy diversas sobre ese film, pero digan lo que digan, el impulso de su historia es una verdadera locura”.

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